En Venezuela la esperanza de vida se redujo 3,5 años

Parece un dato estadístico más, pero es demoledor: cada niño que está naciendo en Venezuela tiene una expectativa de vivir 3,5 años menos que los que nacieron la generación anterior.

La crisis socioeconómica del país ha sido tan intensa en los últimos cinco años que logró darle vuelta atrás al reloj de la esperanza de vida. En el 2016 era del 74.55, según el Banco Mundial. Un verdadero mazazo a cualquier idea de desarrollo.

La conclusión fue presentada esta semana por los académicos de la Universidad Católica Andrés Bello que cada año –junto a colegas de la Universidad Central y la Simón Bolívar–, desde el 2014, presentan la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), la radiografía más precisa que existe en el país sobre indicadores como pobreza, alimentación, empleo, acceso a la vivienda, a la educación y migración. Sobre todo porque desde hace años no hay publicación oficial de estos datos.

La directora del Instituto de Investigaciones Sociales de la Ucab, Anitza Freitez, explica que el cálculo del retroceso en la esperanza de vida se realizó sobre la base del Censo Nacional venezolano del año 2011, las tendencias que marcaba en ese momento y una compleja estimación de mortalidad que parte de datos como ‘hijos sobrevivientes’ e ‘historia de defunciones’ y la tasa de mortalidad calculados por la Encovi en los últimos cinco años.

“Estos números se comparan con las estimaciones, las proyecciones de mortalidad que se tenían en tiempos de no crisis –como el Censo 2011, el más reciente elaborado por el Estado y cuando no estábamos en esta situación– y tenemos este resultado: la tendencia en la disminución de la mortalidad se ha revertido”, afirma.

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Según el censo venezolano, la tasa de mortalidad calculada alcanzaba los 12 por cada mil habitantes mientras que la Encovi calcula que la misma tasa ha pasado de 20 hasta 26 por cada mil habitantes.

El retroceso en la esperanza de vida es un fenómeno indicativo de gravísimas situaciones de destrucción económica, epidemias, guerras o hambrunas.

Aparte del retroceso registrado tras la Segunda Guerra Mundial en varios países de Europa, en la historia moderna se ha registrado una caída en la esperanza de vida en Cambodia, con el genocidio impulsado por los Jémeres Rojos; en África con la aparición de la epidemia de VIH (en la primera década del milenio en países como Sudán, Botswana y Suazilandia la ONU registró una regresión de hasta 20 años) y tras la disolución de la Unión Soviética.

Otro indicador de la gravedad de la crisis venezolana puede ser la comparación con Haití, una de las naciones más pobres y subdesarrolladas del continente, aporreada por terremotos y crisis políticas, pero cuya esperanza de vida se mantiene en línea ascendente desde la década de los sesenta.

Uno de los impulsores del retroceso en Venezuela es el aumento de la mortalidad infantil. Los investigadores de Encovi registraron en el 2016 la defunción de 5.000 niños (entre el nacimiento y antes de que cumplieran un año de edad) por encima de la tasa de mortalidad calculada para ese año. Entre los datos registrados desde entonces y algunas proyecciones, la Encovi estima que entre el 2017 y el 2019 serán 20.000 los niños que fallecerán por encima de la tasa de mortalidad calculada.

“Es un excedente de muertes que fuera de este contexto de crisis podrían evitarse”, señala Freitez.

Una de las principales razones que impulsan la mortalidad es el hecho de que al menos 80 por ciento de los hogares venezolanos están en situación de inseguridad alimentaria, con imposibilidad de cubrir todo el tiempo el mínimo requerido para su sustento.

Esto no necesariamente implica que no haya comida en Venezuela, sino que la gente no tiene acceso a ella o no puede pagarla. Así, de pronto, las compras de los venezolanos pasaron de ser un kilo de papas, una docena de huevos o medio kilo de queso a compras detalladas para resolver la comida del día.

Un obrero de la construcción sin empleo fijo conversó con EL TIEMPO tras terminar una jornada donde fue empleado solo por un día y contó que la paga le alcanzó para comprar siete huevos. “Le di dos a mi hermana, dos a mi hermano y me comí dos ayer”, señaló.

“Me quedó uno en la casa. Si no consigo algo hoy pues será lo único que coma esta noche”.

Sin importar el estrato social o trabajo, la mayoría de los venezolanos al recibir su paga lo primero que hacen es gastarla prácticamente toda en comida para evitar que la hiperinflación diluya aún más su ganancia. Esa pobreza por ingreso alcanzó, según la Encovi del 2018, a 94 por ciento de la población (en el 2017 fue de 87 por ciento).

“Suele ser un indicador muy valioso, pero en Venezuela ya de poco sirve. A nadie le alcanza la plata”, dice el sociólogo y también investigador de la encuesta, Luis Pedro España, quien destaca que para este momento en el país, por falta de acceso a alimentos, están en situación de riesgo o desnutridos 808.000 niños menores de cinco años y 232.000 mujeres embarazadas (52,7 por ciento de las embarazadas del país, que viven en hogares pobres).

Según las proyecciones de los investigadores, solo para atender, en una primera fase, esta emergencia social de falta de acceso a comida y a medicamentos esenciales durante un año harían falta 8.000 millones de dólares, parte de los cuales se entregarían en forma de un subsidio directo para 2,9 millones de hogares.

Ayudarles para que puedan, por lo menos, tener acceso a productos como arroz, harina de maíz, pasta, pollo, sardina, leche en polvo, aceite, caraotas (fríjol) y azúcar”, especificó España. “Antes de pensar en recuperación y transformación, hay que tratar de recuperar el acceso a los alimentos como parte de la cotidianidad”.

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